domingo, 26 de septiembre de 2010

Reina Incesante

Salir de casa y empezar a andar. Mi pequeño bolso, en cierto modo, refleja el pasar de mi corta estadía. Me encuentro con que hoy los astros se hayan invertidos. El sol de esta mañana no es más que el fiel, hermoso e inverso reflejo de la luna de anoche. Esa luna azul y blanca, pura y gorda. Esa luna que escucha y cuenta; que te figura en el centro de mi mirada.

Me permito perderme por un rato, olvidarme de que estoy viviendo e irme directamente a imaginar. No puedo reclamarme lucidez, es ilógico. Pican los ojos del sueño que declina la necesidad de mantenerme despierto junto a vos. Porque cuando estamos juntos, créeme que no quisiera dormirme nunca. Aprovecho ese momento, y ordeno a mis pupilas archivar cuanto destello de vos se arraigue en la habitación, sumado a todos los recuerdos infinitos que quepan en mi memoria. Me encantaría que en este momento estés a mi lado, así nos ayudamos a recordar. Aunque dicen que el recuerdo más dulce es el que uno guarda en lo más profundo de su ser, y no el que te es contado, me maldigo por perderme cierta posibilidad, y privar a mi escritura de tener esa sutil y armoniosa enumeración, tal y cual es tu habilidad – mi debilidad. Con ello, me refiero a que es un encanto para mis ojos, poder doparme con tus letras.


Sigo. Pesan los calambres y arde la vista. No te culpo, te agradezco. Todo en este camino, todo pero todo, tiene que ver con vos. Si no es una abuelita (pelito corto y gris), es un nenito con rulos rubios. Si no trina un pájaro, canta el viento. Resplandecen flores, se hamacan las hojas, trona una bicicleta. Intenta amagarme un lugar cuasi nube negra, no lo consigue. Una bocina me recuerda que estoy viviendo, y no flotando. Un pozo mira con cara de malito, pasto seco y tierra húmeda, -¡Que no te agarre porque te mato!- Digo malévola y sonrientemente.

El adelantamiento periódico de mis pies, dibuja en su caminar a un mapa. El mapa de mi obra cumbre jamás vendida entre las fabulas fantásticas de mi infantil imaginación. Si quisiera ponerme a jugar, podrías ser La Bella, Cenicienta, Blancanieves, Principesa, Caperucita y Pocahontas. “Podrías ser”, bien dije. El único agravante es que ya sos otra dama. Esa que se comporta como una Reina. La Reina de mis castillos floreados, La Reina de mi panal de miel, La Reina de la cumbre de mi montaña nevada con cabaña, La Reina de mi noche soleada.
De todas ellas, si tengo que elegir una sola, las elijo a todas. Porque todas juntas son y forman parte de tu noble voz… y si faltase una, mi canción no tendría melodía, o verso, o amor.

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